
¿COMO SER COMO SAN PABLO?
Imitar a san Pablo en la fe
El Nuevo Testamento recoge el testimonio de muchos de los primeros discípulos de Cristo que entregaron su vida por el Señor, por su evangelio y por la Iglesia. Después de Jesús, el personaje del que tenemos más información es, precisamente, san Pablo. Por un lado, los Hechos de los apóstoles nos aportan abundantes detalles sobre el cambio radical de su vida. Por otro, él en sus cartas nos transmite algo más profundo y esencial: su experiencia de Cristo, que no fue sólo una visión sino una iluminación interior que le hizo sintetizar su vida en estas palabras: «La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó así mismo por mí» (Ga 2, 20).
¡Qué profundo y renovador tuvo que ser este encuentro con Cristo! San Pablo, al igual que nosotros, no conoció personalmente al Maestro de Nazaret durante su vida terrena. Esto significa que, a diferencia del resto de los apóstoles, no pudo seguir físicamente a Cristo, no escuchó de sus labios sus enseñanzas, no le vio con sus ojos o le palpó con sus manos, no convivió con Él como era propio de los discípulos que acompañaban a un maestro. San Pablo tuvo que hacer uso de su fe. Por ello, san Pablo se presenta como imitador de Cristo.
Imitar a san Pablo en la esperanza
Este mensaje innovador que san Pablo nos presenta y que posee una interioridad rica y fecunda nos sitúa en el misterio de la filiación divina, otorgada por el Bautismo. Podemos decir que encontramos aquí el núcleo de la fe que propone el apóstol. Nuestra dignidad consiste en que no sólo somos imagen, sino también hijos de Dios. Y esto es una invitación a vivir nuestra filiación con mayor conciencia de que somos hijos adoptivos en la gran familia de Dios.
Si nosotros realmente meditáramos a fondo en lo que significa ser hijos de Dios, no podríamos sino pasar nuestra vida agradeciendo, y las pruebas más difíciles, por más duras que fuesen, las veríamos con espíritu de hijos amados, sabiendo que Él permite todo por un bien mayor, porque nos ama, y porque al final de la vida quiere que el abrazo eterno sea nuestra bienvenida.
Imitar a san Pablo en su caridad
Para san Pablo, la convicción y la experiencia del amor personal de Dios es definitiva. Es Cristo el centro de su fe, el fundamento de su esperanza y la razón de su amor. «Estoy crucificado con Cristo, y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí» (Ga 2, 19). Cuando la experiencia de Cristo logra calar en nuestro corazón podemos hacer nuestras estas palabras de san Pablo. Aquí está el secreto de la vida cristiana y es precisamente el centro de nuestra tarea en el esfuerzo por la santidad a la que Dios nos llama: encontrar el amor a Cristo, madurar nuestro amor a Cristo, vivir en el amor a Cristo, transmitir el amor a Cristo. Y, así, toda nuestra vida se orienta hacia la amistad con Cristo fundada en la vida de gracia y alimentada en los sacramentos, animada en la oración y vivida por la caridad. Sabemos bien que este amor a Cristo va de la mano del conocimiento de toda su persona. Cuanto más conozcamos a Dios, más le podremos amar. De ahí nace la necesidad de fortalecer nuestra vida interior en la oración diaria, y de un modo muy particular en la Eucaristía. En el contacto con Cristo profundizamos el contenido de la fe y adquirimos una confianza más sobrenatural que nos permite afrontar las diversas circunstancias de cada día con mayor seguridad. Apoyados en el amor de Cristo todo es más sencillo. Su amor nos precede, acompaña y espera en el cielo. Cuando ponemos a Cristo como fin de nuestra vida descubrimos el gozo ante cualquier dificultad.
Sólo la caridad le da sentido a todo
Pidamos con insistencia la gracia de ser fieles al carisma recibido, una fidelidad no fría o seca, sino fortalecida y alimentada por la caridad. Que Dios nuestro Señor nos conceda ser fieles a Cristo en todo momento, incluso en los detalles más pequeños, que en ocasiones pueden parecer insignificantes; que veamos no tanto qué hacemos, sino por quién lo hacemos. De esta manera, podremos ayudar mejor a nuestra querida Iglesia, como san Pablo. Ojalá que tomemos y meditemos esas ideas del apóstol como auténticas guías de vida; que hagamos vida el himno de la caridad en el que el apóstol nos marca el sello que distingue al auténtico cristiano: «aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe» (1 Co 13, 1).
Sólo la caridad le da sentido a todo. En este año paulino, nos ayudará muy especialmente meditar y vivir este texto, pues sin caridad, no somos nada. |