
El trasfondo de toda la doctrina que San Pablo da a la Iglesia es la fe apostólica (”yo recibí y mi vez os transmito” les dirá a los de Corinto). En esa fe apostólica inserta San Pablo lo que él recibe del Señor, lo que será su aportación a la Revelación: su teología sobre la Redención; y su teología sobre la Iglesia como Cuerpo y Sangre de Cristo.
Para dar en profundidad esta revelación, El Señor escoge como instrumento más idóneo a San Pablo. Porque era un fariseo, es decir haciendo vida propia aquella teología de los escribas. Para entender lo que todo esto significaba, haré un breve resumen de la teología de la salvación elaborada por los Escribas.
Ese enfoque de “fiel cumplimiento de la Ley”, conduce a desarrollar los mandatos de la Ley hacia una casuística cada vez más concreta; y a buscar aplicarla a las situaciones nuevas que iban surgiendo. Se llega así a aquellos casi 600 preceptos con los que los Escribas desarrollan y concretan la Ley. La vida farisea consistirá precisamente en vivir este programa con toda fidelidad.
Este es el fondo del choque de Jesús con los Escribas; un choque teológico. Jesús rechaza abiertamente ese enfoque por ser falso, y porque hacía del todo imposible recibir la salvación, insertarse en el verdadero Reino de Dios. Y éste es el sentido profundo que tiene la parábola del fariseo y el publicano (Lc 18, 7-14). En ella, Jesús contrapone “la santidad oficial de Israel” (la vida farisea, en aquél caso concreto sin fallo alguno, además); y la vida de un publicano (tenida por lo peor y más alejado en la fidelidad a Dios). Para asombro y escándalo de los escribas, aquel fariseo “no volvió a casa justificado”.
S. Pablo estaba en este error antes de su conversión, y desde él perseguía a muerte a la Iglesia; la teología de ésta equivalía a la negación frontal del judaismo verdadero, y era para él el mayor peligro. Con la conversión de Pablo, el Señor busca al instrumento más idóneo para dar, con la profundidad máxima, la doctrina a la Iglesia en este punto: Pablo tiene el tema planteado a fondo y en la postura errónea; y por eso comprenderá mejor que nadie el cambio que supone Jesucristo.
Esa será la línea de fondo de toda la revelación que se nos da por San Pablo: la Salvación no viene del cumplimiento de la Ley de Moisés; nos la da Cristo con su Encarnación y mediante su Misterio Pascual. Y el modo en que recibimos esa salvación es constituyéndonos en Iglesia, el Cuerpo Eclesial de Cristo, la Plenitud (Pleroma) de Cristo. Se comprende que San Pablo tenga una especial facilidad para proponer el cristianismo a los gentiles. Que en Efesios 3, 2-22 afirme que ha recibido expresamente de Cristo realizar este cometido. Vale la pena leer despacio este texto.
Todas sus cartas, en especial Romanos y Gálatas, exponen contínuamente la siguiente oposición: “la Ley de Moisés” (”la Ley”), “las Obras de la Ley” (”las obras”), “la carne”. Y frente a esto: “la Salvación en Cristo”, “Cristo”; “la fe en Cristo”; “la Fe”; “el Espíritu“. Siempre es la dialéctica de “no se nos dió ni se nos da ahora la Salvación por medio de la Ley de Moisés; sinó por la Obra de Cristo”.
Llega un momento en que S. Pablo (que respecto a este tema tiene una percepción muy viva) se da cuenta que los cristianos procedentes del judaismo, aunque no fuesen “judaizantes”, si no abandonaban totalmente la Ley de Moisés, no captarían la doctrina de Cristo en toda su profundidad. Y “movido del Espíritu Santo” (como él mismo dice) decide pedir a Pedro que esto se estudiase y se decidiese para toda la Iglesia. Así se celebra en el año 49 el Concilio de Jerusalén, el cuál no sólo declara que la salvación nos viene sólo de Cristo (lo cual era ya doctrina clara desde el Señor) sino que prescribe que se abandone totalmente la Ley de Moisés.
San Pablo escribe la carta a los Gálatas para afrontar la situación que aparece allí a causa de la llegada de unos judaizantes que proceden de Jerusalén. Y en la Carta a los Romanos hará una exposición profunda y completa de esta doctrina para toda la Iglesia.
En las cartas a los Corintios, Efesios, Colosenses, desarrollará el tema de la naturaleza de la Iglesia, como Cuerpo y Sangre de Cristo.
En estos dos temas, la doctrina sobre la Redención y la doctrina sobre la Iglesia, San Pablo fue quien comprendió más profundamente a Jesucristo. Fue el gran instrumento de Cristo para revelarnos el fondo de estos dos misterios.
En San Pablo, además, alcanza su cénit la visión Trinitaria de toda la obra de Cristo. Su pensamiento y lenguage es siempre trinitario (así, cuando usa el término Dios, Zeus, siempre lo refiere al Padre) . Y su confesión de la divinidad del Señor es siempre abierta, rotunda, atrevida. Véanse como una muestra los “comas” de Colosenses 1, 15-20; y 2, 9. Y también las doxologías de Romanos 9, 5, y de Tito 2, 13.
San Pablo es por eso, un exponente destacadísimo de la fe apostólica sobre Jesucristo.