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PREPARACION RELIGIOSA DE SAN PABLO
A los quince años se metio Pablo en el estudio de la Biblia con una doctrina ya superior. Y es ahora cuando su padre ─que por lo visto era un judío, si no rico, al menos bien acomodado─ le propone al muchacho ir a Jerusalén, donde se encuentran las escuelas superiores y más acreditadas del judaísmo. Podemos imaginarnos la ilusión enorme de Pablo al encontrarse en la Ciudad Santa, en la que escoge la escuela del respetadísimo rabbí Gamaliel, nieto del famoso Hillel, que formó la escuela más prestigiosa, más moderada y más seguida del pueblo.
Las clases se desarrollaban en casa del rabino, o más bien en la explanada del templo. Sentado el maestro en un pedestal y recostado en la columna, tenía a sus pies, en el suelo, a los alumnos que escuchaban atentos, proponían, discutían y sacaban sus propias conclusiones. Pablo va a resultar un alumno aplicadísimo y un maestro consumado. La Biblia la va a dominar al dedillo y la va a saber aplicar magníficamente en todas sus enseñanzas.
La formación religiosa es como la respiración, algo que acompaña a la vida en su transcurso ordinario y extraordinario; es su ritmo constante, lo que la realiza de acuerdo con el plan de Dios. Es acción divina, por tanto don y gracia, antes de ser esfuerzo del hombre; pero requiere la plena disponibilidad del hombre, su libertad, inteligente y activa, para aprender de toda persona y en todo contexto, en cada época y edad, con el fin de dejarse instruir y enriquecer. Saulo comprendió en extremas delicadeza, que formarse en la Ley de Dios era la única finalidad del ser humano, pero con el encuentro con Jesucristo su formación se vió disminuída, al grado de inspirarse en grandes frases que lo colocan como el ser humano más encarnado de la persona de Nuestro Señor Jesucristo “YA NO SOY YO QUIEN VIVE, ES CRISTO QUIEN VIVE EN MI” (Gal. 2,20)
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