PABLO Y SU RELACION CON PEDRO APOSTOL
Pedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, maestros inseparables de la fe y de inspiración cristiana por su autoridad, son sinónimo de todo el Colegio Apostólico. Pedro lo confiesa desde su propio modo de ser: pescador rudo, de poca cultura, impetuoso, sincero y débil, pero elevado por la sabiduría de Dios, por la luz del Espíritu, para ir más allá de todas sus limitaciones y confesar a Jesús como Dios y hombre, resultado no de sus razonamientos, sino como instrumento por cuya boca se manifiesta el Inaccesible, el Trascendente y, sin embargo, el Dios que entra de lleno en el flujo de nuestra historia en la persona de su Hijo amado. Por eso: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo…
y como respuesta: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Por eso la Iglesia no es una sociedad de librepensadores, sino la comunidad de los que se unen a Pedro en la proclamación de la fe en Jesucristo. Porque quien edifica la Iglesia es Cristo.
Por otra parte Pablo de Tarso, perseguidor de la Iglesia y convertido en el camino de Damasco, el intelectual, el genio religioso, el hombre de espíritu vivaz y brillante formación. Animado por su gran pasión por Cristo, recorrió con su dinamismo el Mediterráneo anunciando el Evangelio de la salvación.
Su confesión de Jesús, Hijo de Dios como centro de su fe y de su amor apasionado, vibra en todas sus cartas, pero en algunos pasajes alcanza alturas excelsas. “Tened entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo, escribe a los Filipenses, el cual siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre… (y así) toda lengua coPedro y Pablo, dos columnas de la Iglesia, nfiese que Cristo Jesús es el Señor”.
Pedro y Pablo son los dos personajes en los que se centran los Hechos: Los dos bien distintos: Pedro, el hombre de gran corazón; Pablo, uno de los personajes más amados en la Biblia, junto con Juan. Pero los dos tienen en común el celo por el Señor y las tribulaciones. A Pedro, después de sanar al paralítico, lo encarcelaron tres veces, en los caps. 3-5. y de nuevo en el cap. 12 todas veces fue salvado por el Señor.
A Pablo, después de curar al cojo lo apedrearon, dejándolo por muerto, en el cap. 14, fue perseguido en Damasco, en Jerusalén, encarcelado en Jerusalén, Cesárea y Roma, y toda clase de tribulaciones en su viaje a Roma... ¡pero siempre salieron victoriosos!... y. seguro, que el día mas feliz de sus vidas fue el día que murieron y fueron al cielo; San Pedro crucificado boca abajo, San Pablo degollado.
Así como todos se curaban tocando la sombra de Pedro, ahora los enfermos y endemoniados se sanan sólo con tocar los pañuelos usados por Pablo (HECHOS 19:11-13).
San Pedro y San Pablo sufrieron el martirio en Roma, sin duda el año 64 Pedro y el 67 Pablo. La Iglesia romana, que venera sus sepulcros en el Vaticano y en la vía Ostiense nunca los separa en su culto. Por eso, les ha consagrado una solemnidad común, el 29 de junio. Pero este día, no sólo es fiesta para la Roma cristiana, sino para toda la Iglesia, que fue plantada con su sangre, es «una celebración de santa alegría»: «Por caminos diversos, ambos congregaron la única Iglesia de Cristo, y a ambos, coronados por el martirio, celebra hoy el pueblo con una misma veneración».
Se honran, pues, a las dos figuras cumbres de la Iglesia naciente, distintas una y otra, pero admirablemente complementarias. Pedro y Pablo «nos han enseñado la ley del Señor»; de ellos hemos recibido "el fundamento de nuestra fe". Por esto celebramos en sus personas el misterio de la Iglesia, en cuanto ésta fue fundada sobre los apóstoles. Asimismo debemos siempre pedir a Dios, por su intercesión, «que la Iglesia se mantenga siempre fiel a sus enseñanzas, junto con la gracia de vivir como hermanos, al igual que los primeros cristianos arraigados firmemente en su amor».
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