OFICIO DE SAN PABLO
"El que no enseña a su hijo un oficio le hace ladrón", se decía entre los judíos. Y el padre de Saúl, aunque era, al parecer, un acomodado comerciante de paños, quiso que su hijo aprendiera desde muy joven el oficio de tejedor de lonas para tiendas de campaña.
¿Qué oficio tenía Pablo? En sus cartas dice que hacía trabajos manuales, sin aclarar cuáles. Pero por Los Hechos (18,2-3) sabemos que era fabricante de tiendas. Lo cual no es extraño, ya que Tarso (la ciudad donde había nacido) era famosa por la fábrica del "cilicio", una tela fuerte hecha de pelo de cabra, para las tiendas de los nómades.
Al convertirse y hacerse predicador pudo haber prescindido de su profesión, ya que en aquel tiempo era común que los predicadores vivieran de las colectas de la gente, o de familias pudientes que los mantenían. Pero Pablo dice en sus cartas que nunca quiso hacer uso de este derecho (1 Cor 9,14-15), y que jamás recibió dinero por predicar (1 Cor 9,17-18), porque no quiso ser una carga para nadie (2 Cor 11,9). Por eso siguió ganándose la vida como fabricante de tiendas.
Semejante esfuerzo de predicar y trabajar dejaba extenuado a Pablo. Él mismo lo cuenta en una carta: “Nos agotamos trabajando con nuestras manos” (1 Cor 4,12). Aun así, el dinero que ganaba era poco y no le alcanzaba. Tuvo, pues, que trabajar doble jornada (1 Ts 2,9), y hacer horas extras para poder comer (2 Cor 6,5). Pero aun trabajando de noche pasaba necesidad (2 Cor 11,27). No siempre podía comprar comida ni ropa (1 Cor 4,11), debió soportar el hambre y la desnudez (2 Cor 11,27), y llegó a vivir como un pordiosero (2 Cor 6,10).
No obstante todas sus penurias, jamás descuidó el servicio a las Iglesias. Resulta conmovedor su testimonio: “Debí afrontar trabajos y fatigas. Pasé muchas noches sin dormir. Sufrí hambre y sed. Estuve muchos días sin comer. Padecí frío. Anduve casi desnudo. Y además de todo esto, mi aflicción diaria: la preocupación por todas las iglesias. ¿Quién se angustia, sin que me angustie yo? ¿Quién sufre escándalo, sin que me desespere yo?” (2 Cor 11,27-29).
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